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CINCO DÍAS - OPINIÓN   

16 de Febrero de 2005    


La maraña fiscal

Francisco Blázquez

En la actualidad una gran institución bancaria anuncia en televisión un producto financiero llamado Depósito Líder Fiscal. La simple existencia de este producto sería motivo suficiente para que nuestras autoridades económicas reconocieran que tenemos un grave problema en el sistema tributario español.

El sistema tributario es muy complejo y no está al alcance del español medio, aunque tenga una cultura muy amplia. A modo de ejemplo, la Agencia Estatal de la Administración Tributaria tiene más de 118 modelos diferentes para cumplir correctamente con las obligaciones tributarias. Para estar bien informado, un asesor fiscal debe consultar diariamente varios Boletines Oficiales y dominar los aspectos jurídicos de numerosas Leyes y Reglamentos. A lo anterior, hay que añadir la jurisprudencia de los diferentes Tribunales de Justicia y de los Tribunales Económico-Administrativos. Finalmente, siempre aparece alguna disposición legal adicional y una ingente cantidad de consultas anuales que emite la Dirección General de Tributos.

La primera reforma del actual Sistema Tributario se inicia en 1978 y, desde entonces, se han ido introduciendo constantes modificaciones vía leyes concretas y Ley de Acompañamiento. Si la estabilidad legal y regulatoria es una condición indispensable para una correcta toma de decisiones económicas, el sistema tributario español es el perfecto ejemplo de lo que no se debe hacer. Pero no todo son malas noticias, en 2005 y por primera vez en muchos años, no hay Ley de Acompañamiento a los Presupuestos.

Es cierto que las autoridades han hecho esfuerzos para mejorar nuestro sistema fiscal. Así, la nueva Ley General Tributaria que entró en vigor el 1 de julio de 2004 (salvo lo referente a infracciones y sanciones tributarias que rigen desde el 19 de diciembre de 2003) aclara y corrige bastantes aspectos de la anterior Ley, pero es tan prolija, tan amplia, tan detallista, tan sancionadora, que las virtudes que tiene se esfuman completamente por su exceso de complejidad. Y es que desde 1978, las autoridades se han venido equivocando sistemáticamente a la hora de fijar el objetivo de las numerosas reformas fiscales.

A España le urge una reforma fiscal que haga borrón y cuenta nueva y que tenga las características que han ido proponiendo filósofos y economistas desde Adam Smith. A mi juicio, el sistema tributario debería cumplir tres simples principios:

l Equidad: ser justo, pagando los iguales lo mismo y los desiguales de forma desigual.

l Eficiencia: los impuestos deben establecerse de forma que resulte mínima la interferencia con decisiones económicas en los mercados. Las decisiones económicas deberían estar guiadas principalmente por motivos de rentabilidad y nunca por cuestiones fiscales.

l Sencillez y bajos costes de gestión: cumplir con las obligaciones tributarias no debería ser costoso, ni para la administración ni para los contribuyentes.

Tomemos, por ejemplo, el IRPF. Este impuesto debe ser sencillo, ya que afecta a muchos ciudadanos y deben comprenderlo. El actual, además de ser complejo en el cálculo de la parte general y especial de la renta del periodo, presenta innumerables reducciones para llegar a determinar la llamada base liquidable. Por ejemplo, las de rendimientos de trabajo, la prolongación de la actividad laboral, por movilidad geográfica, por cuidado de hijos, por edad, por aportaciones a planes de pensiones, etcétera. Después de este cálculo hay que aplicar una tarifa de cinco tramos. Finalmente, la cuota íntegra tiene que ser disminuida para hallar la cuota líquida, con deducciones por inversión en vivienda habitual, por actividades económicas, en donativos, etcétera.

Soy asesor fiscal desde hace más de 30 años y cada vez que llega el periodo de hacer la declaración de la renta me pregunto por qué tiene que ser cada vez más compleja. A mi entender no se debe retrasar más una drástica simplificación del impuesto.

Desde que el PSOE llegó al Gobierno se viene barajando un IRPF con un amplio mínimo exento, un tipo único y sin reducciones en la base imponible y sin deducciones de la cuota. Reconozco que yo no soy hacendista y desconozco si ésta es la mejor solución, pero urge hacer algo en esta dirección.



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