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EL PAÍS - EDITORIAL   

22 de junio de 2004    


"Mobbing"

Rosa Montero

Cada día recibo más cartas de lectores que denuncian situaciones de acoso laboral. Son relatos espeluznantes que vienen en gruesos sobres cargados de pruebas documentales, historias larguísimas de humillación y de maltrato que no caben en esta columna y que no deberían caber en la vida de nadie. Y yo les creo. Creo a Isabel Núñez, profesora de Derecho Romano en la Universidad de Oviedo, cuando dice que está siendo perseguida. Y creo a los amigos de Pablo Díez Cuesta cuando me escriben para contar el calvario de este conductor de autobuses de Barcelona, que se suicidó tras haber sido presionado y despedido por su empresa.

Y les creo porque lo veo a mi alrededor. Sube la sucia espuma del mobbing por doquier, el abuso feroz en las empresas. Tengo familiares y amigos muy cercanos que lo padecen; uno de ellos incluso ha denunciado a sus jefes. "Eso del mobbing es muy difícil de ganar", le ha dicho su abogado, "porque es muy didícil de probar". En efecto, el arrinconamiento, las humillaciones y el maltrato verbal no dejan cicatrices en la carne, sólo te corroen por dentro y te destruyen, a veces hasta el suicidio, como sucedió con Díez Cuesta. El mobbing es un tormento refinado, una labor de demolición de las personas, y, como en el caso de las mujeres maltratadas, cuanto más herido estás por tu verdugo, menos capacidad tienes para defenderte, porque ya estás deshecho.

El acoso laboral siempre ha existido (yo misma lo he sufrido, hace ya años), pero parecería que esta materia aumenta en progresión geométrica. Es una de las nuevas enfermedades del alma, como la obesidad generalizada es una de las nuevas enfermedades del cuerpo. Se calcula que más del 15% de los trabajadores españoles sufren mobbing y, según un estudio publicado la semana pasada, en la Administración Pública esta cifra se dispara al 33%. ¿Qué nos está sucediendo para que en las empresas proliferen de tal manera los energúmenos? Debe de ser cosa de la competitividad, del culto al poder y el dinero, de la pérdida de valores, de la insustancialidad ética, del egocentrismo individualista, de la falta de respeto a los demás y a uno mismo. Es la zafiedad agresiva de la televisión basura en la oficina.



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