Y es que las empresas se han vuelto más sofisticadas. El viejo concepto del coche de empresa, completamente asumido y normalizado ya, ha dado paso a una nueva generación más selecta y acorde a los últimos tiempos de bonanza económica vividos: el yate de la compañía.
La historia, sin embargo, vuelve a ser la misma de siempre. Un bien de uso -y en este caso, claramente de disfrute- privado se pone a nombre de una empresa -real o ficticia- con el único objetivo de deducir los costes provocados por este tipo de compras de la factura fiscal del contribuyente.
Los expertos no ocultaban ayer una sonrisa ante el fuerte impulso que ha recibido este tipo de fraude centrado en las embarcaciones y aseguraban que “mucho ha debido ser el dinero negro aflorado para que la gente haya llegado a pensar en los yates como un posible escondite”.
Los Audi, Mercedes o BMW han encontrado, así, un competidor para los caprichos más negros de los defraudadores. Los barcos, que hasta el momento habían pasado desapercibidos, merecerán, a partir de ahora, una atención más directa de la Agencia, especialmente a la vista de que las banderas piratas pueden ser más habituales de lo normal.
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