La llegada de billetes y monedas en euros a
partir del próximo 1 de enero presenta un problema a muchos
españoles: qué hacer con todas las pesetas acumuladas en colchones
para no pagar impuestos sobre ingresos no declarados.
Los
economistas calculan que existen entre 4 y 10 billones de pesetas
negras, lo que equivale entre el 4 y el 10% del PIB.
El
dinero negro, que los españoles denominan dinero B, se usa para
pagar automóviles, transporte, salarios en los sectores de
construcción y agrícola, y bienes y servicios para los que no se
necesitan facturas oficiales. Es el carburante que lubrica las
pymes, que han perfeccionado el arte de la contabilidad dual: una
cuenta para el recaudador de impuestos y otra guardada bajo llave.
El blanqueo de dinero B ha generado una industria con vida
propia. Para los pudientes existen boutiques financieras, presididas
por abogados con apellidos de peso, calificaciones impecables y
contactos turbios, y que son especialistas en transformar el dinero
B en dinero A o en dólares, libras esterlinas o francos suizos.
La mayoría de españoles no pueden pagar por dichos servicios
y, por tanto, se arriesgarían a ser el punto de mira de las
autoridades tributarias cuando intenten canjear sus pesetas negras
por euros durante el primer trimestre del próximo año. La peseta
dejará de cursar de manera legal el 1 de marzo de 2002, aunque se
podrá canjear en bancos.
El Banco de España, que teme una
crisis de liquidez, está modificando los términos para facilitar las
cosas a las personas que dispongan de pesetas negras. A partir del 1
de enero, los españoles podrán cambiar sumas de dinero no superiores
a los 2,5 millones de pesetas en euros sin tener que acreditar
identidad o explicar la procedencia del dinero. Los cheques por
valor de 500.000 pesetas tampoco requerirán identificación.
Los funcionarios del Banco de España están más preocupados
en familiarizar a los consumidores con el complicado tipo de cambio
un euro vale 166,386 pesetas y en asegurarse de que cada ciudad y
pueblo disponga de suficientes euros para que los negocios
transcurran sin interrupciones.
El cambio supondrá la
operación logística de mayor envergadura acometida en España. La
distribución de dos mil millones de billetes y ocho mil millones de
monedas, que pesan 37.000 toneladas, empezará en septiembre.
Sin embargo, los titulares del dinero B seguirán siendo
sospechosos, y han recurrido a otras medidas para obtener valor de
una divisa que se aproxima a su fecha de caducidad. Su solución
preferida ha sido la propiedad inmobiliaria, impulsando el mayor
auge de la vivienda desde finales de la década de 1980. Los precios
de la vivienda se han incrementado un 27% durante los últimos dos
años y un 55% en regiones con más recursos como las Islas Baleares.
El aumento del precio de la vivienda ha fortalecido el
sector de la construcción, otro sostén clave de la economía
sumergida, ya que se construyeron más de medio millón de viviendas
el año pasado.
Sin embargo, estas estadísticas desestiman
las cantidades de dinero negro que se están invirtiendo en la
propiedad inmobiliaria. Para evitar impuestos sobre el capital,
compradores y vendedores acuerdan un precio oficial
artificialmente bajo. Y con el dinero B se nota la diferencia.
Las mejoras de la vivienda y renovaciones de edificios, que
desgravan impuestos, son otras de las prácticas habituales de
blanqueo del dinero B. Los españoles nunca se han sentido tan
orgullosos de sus casas, o Madrid más elegante, que en los últimos
meses de la existencia de la peseta. Así, grandes cantidades de
dinero B se han utilizado en cirujía estética y tratamientos
odontológicos.
Los economistas creen que la mayoría de los
españoles se han dado cuenta de lo que podían hacer con su dinero B.
La conversión del euro cuenta con un gran apoyo público, sobre todo
debido a los bajos tipos de interés y la estabilidad financiera que
ha acompañado a España desde que se incorporara a la Unión Económica
y Monetaria de Europa.
En cualquier caso, es poco probable
que el dinero B desaparezca. Los hábitos de evasión fiscal no
cambian con un simple canje de divisas. La única diferencia es que,
a partir de enero, el dinero B será denominado en euros en lugar de
pesetas. Pocos españoles dicen que lamentarán la desaparición de la
peseta.
Desde su concepción en 1868 ha vivido guerras
coloniales y civiles, regímenes de tipos de interés fijos y
variables, fugas de capital y diez devaluaciones desde 1959. En la
era de Franco, la moneda tenía grabada una imagen suya y las
palabras Caudillo por la gracia de Dios. El último billete de la
peseta se imprimió en noviembre. Sólo el gobernador del Banco
España, Jaime Caruana, y el ministro de Economía, Rodrigo Rato,
estaban allí.
Como las monedas de Franco, las últimas
pesetas en circulación están destinadas a convertirse en artículos
para los coleccionistas pagados, seguramente, con dinero B.
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